Pequeño, joven, un reducto de vida occidental llevado al extremo en Oriente Medio: aislado pero fuerte, Israel no es un país al uso.
Durante las últimas décadas, ha mostrado sobradamente los frutos de su alianza con el desarrollo tecnológico y, desde hace unos años, es también uno de los países punteros en desarrollo de startups exitosas; el ecosistema emprendedor de Tel Aviv solo es superado en número por Silicon Valley.
Es el país con más startups tecnológicas e inversión per capita del mundo, e incluso hay libros, como Start-Up Nation, que estudian en profundidad los motivos del “milagro tecnológico” israelí.
No es algo que deba medirse solo cuantitativamente: según Start-Up Nation, el pequeño país cuenta con más empresas cotizando en el índice Nasdaq que Japón, China, Corea, Singapur, India y Europa juntas.
¿qué tiene Israel que los demás no tengan? La respuesta no es única; no es el dinero, no es la política, no son las buenas ideas: la receta del éxito es una suma de factores que define a Israel como el país ideal para emprender.
El factor de la inmigración, por un lado, hace que la realidad social del país sea distinta a la de cualquier otro. Es un país relativamente joven, y el pueblo judío cuenta con una larga historia de constantes desplazamientos: Israel es una nación de inmigrantes, compuesta por judíos retornados de segunda y tercera generación. El estado de Israel cuenta con ciudadanos de más de 70 nacionalidades distintas: una riqueza multicultural única que marca la diferencia en la que se basa toda innovación.
Por otra parte, una de las peculiaridades más características de Israel es su marcada y estrecha relación entre la vida civil y la militar.
Con un servicio militar aún obligatorio, el país vive bajo una constante sensación de amenaza, de urgencia. La tecnología militar que se desarrolla en el resto del mundo tiene aquí su máximo exponente, solo que la línea que divide el uso militar del civil no está tan definida, ni es tan clara, como en el resto del mundo occidental, además de sufrir una mayor presión en el desarrollo: las soluciones deben ser, además de válidas, rápidas. La consecuencia es lógica: si a una utilidad pensada para uso civil se le encuentra valor militar, el beneficio se multiplica. En todos los ámbitos de la vida israelí se entretejen ambos conceptos, y la tecnología no es menos.
Por supuesto, el desarrollo industrial israelí no puede sustentarse sin apoyo estatal: el país cuenta con excelentes instituciones educativas, así como con ventajas fiscales al emprendimiento y sólidos programas de inversión en tecnología e I+D.
La situación geoestratégica del país, además, imprime también cierta “urgencia” al carácter empresarial: sin recursos naturales sobre los que sustentarse, la supervivencia se ve sujeta al constante desarrollo de la economía y el capital humano. La tecnología, en Israel, va mucho más allá del simple pasatiempo para convertirse en la principal fuente de riqueza: la tecnología de vanguardia supone el 50% de las exportaciones del país.
Aunque la combinación de todos estos factores pueda allanar el camino del éxito, es posible que el ingrediente más importante de la receta sea el factor humano, la forma de entender el emprendimiento.
En la cultura israelí no existe el miedo al fracaso; por contra, se valoran la innovación, la audacia, la valentía y la competencia en el sentido más sano de la palabra. El ecosistema emprendedor cuenta, además, con un profundo y arraigado sentido de comunidad, de pertenencia a un todo: el éxito de los demás ayuda al propio desarrollo. Lejos de envidiarse o pelear por el reparto de los trozos del pastel, las startups se ayudan entre sí, y los emprendedores con más experiencia dedican de forma altruista su tiempo y recursos para ofrecer valiosos conocimientos, consejos y contactos a aquellos que empiezan. No es una obligación, sino un compromiso que se adquiere de forma inherente y sincera: “cuando empecé, otros me ayudaron a mí, así que ahora es mi turno de ayudar a otros. No son rivales, son compañeros”.
Es cierto que se dan muchas condiciones favorables para que Israel sea el vivero de startups del mundo, pero quizá no haya que buscar muy lejos el ingrediente secreto de su éxito; puede que la clave se halle en una sencilla, humilde y altruista “cadena de favores”.
* Artículo cortesía de Marah Villaverde *
Durante las últimas décadas, ha mostrado sobradamente los frutos de su alianza con el desarrollo tecnológico y, desde hace unos años, es también uno de los países punteros en desarrollo de startups exitosas; el ecosistema emprendedor de Tel Aviv solo es superado en número por Silicon Valley.
Es el país con más startups tecnológicas e inversión per capita del mundo, e incluso hay libros, como Start-Up Nation, que estudian en profundidad los motivos del “milagro tecnológico” israelí.
No es algo que deba medirse solo cuantitativamente: según Start-Up Nation, el pequeño país cuenta con más empresas cotizando en el índice Nasdaq que Japón, China, Corea, Singapur, India y Europa juntas.
¿qué tiene Israel que los demás no tengan? La respuesta no es única; no es el dinero, no es la política, no son las buenas ideas: la receta del éxito es una suma de factores que define a Israel como el país ideal para emprender.
El factor de la inmigración, por un lado, hace que la realidad social del país sea distinta a la de cualquier otro. Es un país relativamente joven, y el pueblo judío cuenta con una larga historia de constantes desplazamientos: Israel es una nación de inmigrantes, compuesta por judíos retornados de segunda y tercera generación. El estado de Israel cuenta con ciudadanos de más de 70 nacionalidades distintas: una riqueza multicultural única que marca la diferencia en la que se basa toda innovación.
Por otra parte, una de las peculiaridades más características de Israel es su marcada y estrecha relación entre la vida civil y la militar.
Con un servicio militar aún obligatorio, el país vive bajo una constante sensación de amenaza, de urgencia. La tecnología militar que se desarrolla en el resto del mundo tiene aquí su máximo exponente, solo que la línea que divide el uso militar del civil no está tan definida, ni es tan clara, como en el resto del mundo occidental, además de sufrir una mayor presión en el desarrollo: las soluciones deben ser, además de válidas, rápidas. La consecuencia es lógica: si a una utilidad pensada para uso civil se le encuentra valor militar, el beneficio se multiplica. En todos los ámbitos de la vida israelí se entretejen ambos conceptos, y la tecnología no es menos.
Por supuesto, el desarrollo industrial israelí no puede sustentarse sin apoyo estatal: el país cuenta con excelentes instituciones educativas, así como con ventajas fiscales al emprendimiento y sólidos programas de inversión en tecnología e I+D.
La situación geoestratégica del país, además, imprime también cierta “urgencia” al carácter empresarial: sin recursos naturales sobre los que sustentarse, la supervivencia se ve sujeta al constante desarrollo de la economía y el capital humano. La tecnología, en Israel, va mucho más allá del simple pasatiempo para convertirse en la principal fuente de riqueza: la tecnología de vanguardia supone el 50% de las exportaciones del país.
Aunque la combinación de todos estos factores pueda allanar el camino del éxito, es posible que el ingrediente más importante de la receta sea el factor humano, la forma de entender el emprendimiento.
En la cultura israelí no existe el miedo al fracaso; por contra, se valoran la innovación, la audacia, la valentía y la competencia en el sentido más sano de la palabra. El ecosistema emprendedor cuenta, además, con un profundo y arraigado sentido de comunidad, de pertenencia a un todo: el éxito de los demás ayuda al propio desarrollo. Lejos de envidiarse o pelear por el reparto de los trozos del pastel, las startups se ayudan entre sí, y los emprendedores con más experiencia dedican de forma altruista su tiempo y recursos para ofrecer valiosos conocimientos, consejos y contactos a aquellos que empiezan. No es una obligación, sino un compromiso que se adquiere de forma inherente y sincera: “cuando empecé, otros me ayudaron a mí, así que ahora es mi turno de ayudar a otros. No son rivales, son compañeros”.
Es cierto que se dan muchas condiciones favorables para que Israel sea el vivero de startups del mundo, pero quizá no haya que buscar muy lejos el ingrediente secreto de su éxito; puede que la clave se halle en una sencilla, humilde y altruista “cadena de favores”.
* Artículo cortesía de Marah Villaverde *